martes, 4 de agosto de 2009

Trotsky para los que ahora tienen 20 años

Cada generación tiene su propia cita con los clásicos. En el caso de Trotsky, son varios los libros editados pensando en el aquí y el ahora.

Pepe Gutiérrez-Álvarez
www.kaosenlared.net/noticia/trotsky-para-ahora-tienen-20-anos

Entre estos libros escoge tres que están en las librerías todavía frescos.

Uno es Años de lucha en la calle (Ed. Foca, Madrid, 2007), que dedica unas cuantas páginas a comentar su descubrimiento de la trilogía de Deutscher (El profeta armado, desarmado y fuera de la ley, que se encuentran en la editorial Lom distribuida aquí por Txalaparta), y sus relaciones con la sección de la Cuarta británica, el debate con la fracción sectaria de Healy, su impresión del IX Congreso de la Internacional celebrado en Rimini. Los recuerdos de Tariq resultan harto representativo del encuentro de la “nueva izquierda” con “El Viejo” (y con Mandel al que dedica el libro porque Ernest “siempre creyó que el verdadero significado de la vida radica en participar conscientemente en la realización de la historia”).

Otro sería la antológica de sus escritos, En defensa de la revolución, una edición de otro componente de la “vieja guardia” del 68, Jaime Pastor, en una edición de Libros de la Catarata con la revista Viento Sur. Se trata de una selección debidamente introducida y contextualizada que recoge algunos de los textos que dan sentido a la trayectoria del “gran negador”, y cuya utilidad como introducción está fuera de toda duda…

El siguiente y último sería la biografía escrita por Antonio Liz, Trotsky y su tiempo (Sepha, Málaga, 2007), una síntesis apretada del hombre y de su tiempo (1879-1940), una obra escrita desde el “descubrimiento” y la pasión, y en la que se pasa a revista a los aspectos más atacable de una biografía para la que –por decir algo- el legendario Deutscher habría necesitado al menos un volumen más, aparte de unas cuantas rectificaciones. El capítulo español podría ser ampliado por el interesante folleto sobre este punto por Andy Durgan…

Así pues, al igual que en los años sesenta, hace tiempo que vuelve a hablar de Trotsky y se editaron profusamente tanto sus libros como los más afines a su escuela. La reaparición del personaje está ligada a tres factores complementarios, el primero es su importancia como el “gran negador” del estalinismo en una etapa histórica tan determinada por la acelerada descomposición del llamado “socialismo real”, etapa en la que parece cobrar vigor lo que en su día escribió Ernest Bloch sobre la historia de la Iglesia, a saber que sí esta tenía un interés era gracias a los herejes. En segundo lugar al resurgimiento de un nuevo movimiento, el llamado altermundialista, y en el que el componente trotskista tenía una importancia, importancia que se traslucía por el peso alcanzado por formaciones afines en países como Argentina, Brasil, Francia, Portugal…Y ya en el ámbito más local, la emergencia de un movimiento de recuperación de la “memoria histórica” en la que tanto el POUM como la misma figura de Trotsky alcanzaba un peso notorio como se puede vislumbrar tanto en el terreno bibliográfico como en la Red…

Todo ello configura unas posibilidades de trabajo mucho mayor. Cuando Isaac Deutscher escribió su célebre trilogía sobre Trotsky (un retrato que marcó toda una generación de lectores), tuvo que pasar de puntillas sobre la crisis española en la que apenas sí citaba unas pocas fuentes, Décadas más tarde, en la biografía que le dedicaba Pierre Broué (en Fayard, Paris, 1989), éste contaba con bases documentales muy superiores, y podía dar fe de las numerosas erratas que contenía una trilogía con la que pretendía rivalizar, aunque no lo conseguía a nuestro parecer en dos aspectos, en la brillantez literaria (Deutscher era un gran escritor), y la capacidad de mirar al clásico más de frente, sin lo que Breton llamó el “complejo de Cordelia”, muy extendido entre los hijos de Trotsky. En los últimos tiempos estas fuentes no han hecho más que crecer, y aquí y allá van apareciendo nuevas aportaciones (por ejemplo, estudios sobre el grupo trotskista de Llerena, Extremadura), ediciones y noticias sobre Katia Landau y otras mujeres formadas en la misma escuela, sin olvidar un alud de ediciones que de una manera u otra nos llevan a las grandes controversias interpretativas sobre la guerra (y la revolución) española.

El lugar de Trotsky en estas controversias varía de peso en la medida en que la obra en cuestión da mayor o menor importancia al hecho revolucionario. De cosas, en la lo que –por cierto- conseguía ampliamente- en dicho terreno

Actualmente, la perspectiva sobre el significado histórico del personaje y el movimiento que representó es mucho mayor, y no solamente (que también, claro está) por el peso del tiempo. A diferencia de los años sesenta-setenta, hoy es posible acceder a muchísimas más fuentes, a un enriquecimiento documental que alumbra zonas que antes apenas sí se conocían, y es posible abordar las interpretaciones sobre bases más sólidas.

Al hablar de persistencia me estoy refiriendo al carácter de Guadiana de un “caso” que reaparece periódicamente. Antes de 1917, Trotsky era un desconocido más allá de la débil estela que dejó a su paso en involuntario viaje de finales de 1916. Pero con la revolución de Octubre su nombre llegó a tener una importante repercusión en los años veinte. Fue con Lenin la figura más conocida de la nueva Rusia, el jefe del ejército Rojo, el judío por excelencia en un país como éste en que estas cosas todavía llamaban la atención, y también el polemista duro cuyo debate con Kart Kautsky figuraría como el primero que se vertió en castellano, sobre las razones y sinrazones del comunismo obviamente junto con la aportación de Lenin, El renegado Kautsky y la revolución proletaria que también tendría su propia historia. Lenin y Trotsky también fueron los personajes más atrayentes para los que viajaron a la Rusia soviética…

Dado por un caballo muerto por un Stalin que no tardaría en arrepentirse de su benevolencia, Trotsky emergió desde Prinkipo como Napoleón en Elba según la acertada comparación de un periodista tan agudo como John Gunther, el primero quizás que llamó la atención sobre la enérgica presencia del “trotskismo” en las librerías de la República, y sobre el posible significado de aquel grupo de obreros e intelectuales comunistas disidentes a los que nadie parecía prestar demasiada atención como tampoco nadie se las prestó en su momento a la “troupe” de desarrapados bolcheviques exiliados y agrupados entorno a Lenin.

No obstante, aunque esto no resulta muy conocido, lo cierto es que Trotsky fue entonces utilizado como el mentor de una hipotética insurrección comunista que quitaba el sueño a la derecha, sobre todo a los que habían leído Técnicas del golpe de Estado, el best seller de Curzio Malaparte. Ampliamente traducido al castellano –con sus implicaciones en América Latina-, aún siendo minoritario el primer trotskismo español no solamente tuvo lideres reconocidos amén de una muy valorada aportación teórica –cifrada en libros y en la revista Comunismo-, también tuvo una incidencia significativa en la izquierda socialista, amén de una participación muy por encima de su capacidad numérica en la Alianza Obrera, experiencia de la que surgió el POUM en aras del cual Trotsky se quedó prácticamente sin una organización afín en España. Durante la guerra y la revolución, el “trotskismo” pasó a ser nuevamente un fantasma, pero esta vez para los delirios del estalinismo. Delirios cuyas implicaciones trágicas resonarían a través de asesinatos como el de Andreu Nin, y de diversos testimonios, en especial a través de la mayor obra literaria que produciría la guerra española: el Homenaje a Cataluña, de George Orwell. En este drama que igualmente se lleva también por delante un segundo trotskismo español –especialmente conocido por su voluntarioso papel en los acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona-, puede hablarse de un epílogo: el de asesinato de Coyoacán con participación de estalinistas que han hecho la guerra de España, y que queda situado en la misma escala que el de Nin.

Todo esto quedaría arrasado, no solamente por la victoria franquista y sus exterminadoras consecuencias, sino también por la victoria en la Segunda Guerra Mundial de la URSS y por ende de Stalin y de lo que representaba. El comunismo que quedó y que se reconstruyó en la resistencia no quería ni oír hablar de Trotsky quien, además, fue publicado legalmente en España en una época, finales de los años cuarenta, en la que el régimen fusilaba comunistas (y anarquistas) sin contemplaciones. En uno de mis libros –Elogio de la militancia, dedicado a un comunista de base- se cuenta una anécdota que considero bastante significativa y que se sitúa allá por la mitad de los años sesenta. Un militante comunista al pasar por una librería ve un libro de León Tolstoy (sic) titulado Los crímenes de Stalin, lo compra y se lo lleva a su célula, y entre todos lo quemaron. El gesto no está muy lejano de las apreciaciones sobre Trotsky que escribiría por la misma época alguien tan emblemático como Jean-Paul Sastre. Su apreciación sobre Trotsky podía explicarse con un paralelismo con Aníbal, fue grande, llegó hasta las puertas de roma, pero el viento de la historia se lo llevó. No obstante…

Lo dicho: en los sesenta el personaje reaparece en los medios universitarios, en la franja del movimiento antifranquista más inquieto intelectualmente. Se detectan los primeros brotes de una incipiente incidencia “trotskista” en el “Felipe” del exilio parisino de la que surgirá un grupo, Acción Comunista, que defiende la aportación de Trotsky contra el estalinismo ya en pleno proceso de declive, y surge en alguna universidad un primer grupo cuartista, el POR, ligado a la valle-inclanesca figura de J. Posadas, también comienza a aparecer las primeras ediciones de las obras de Trotsky, singularmente en la más emblemática de las editoriales del siglo, Ruedo Ibérico, que también reedita a Nin y a Maurín. En los años siguientes, se publica la casi totalidad de la obra trotskiana, las del propio Trotsky…Aníbal no estaba muerto, el general cuenta sobre todo con una obra que crea escuela, y en medio de una multitud de títulos, se distinguen los que abordan la guerra y la revolución española como parte de una batalla historiográfica en la que el nombre de Pierre Broué complementa –eso sí, con las discrepancias inherentes a la historia del trotskismo después de Trotsky- que se entiende como parte de la otra cara de la República, de la cara reformista-liberal-estaliniana. Por delante y por detrás de todo este entramado se cuenta con una corriente política militante, la del tercer trotskismo, representada sobre todo por la LCR, surgida al calor de la Liga francesa. Este potencial dejará de tener una proyección activa desde mediados los años ochenta. Y como suelen decir algunos historiadores: “todo indicaba” que todo esto había acabado convertido en mera arqueología. Sin embargo…

No ha sido así, ni mucho menos. El peso de la historia revolucionaria, aunque según todos los indicativos ha sido menor que el ha logrado la conservadora (ésta ha llegado hasta poner casi contra las cuerdas a la Ilustración, a Darwin y al marxismo), no desapareció, solamente requirió una coyuntura más propicia. La referente a Trotsky siguió bastante viva en América Latina, subsistió con una presencia organizada significativa en algunos países europeos con tradición vieja (Francia) o reciente (Portugal), y subsistió también aquí sin dicha presencia. Se volvió a hablar del antiStalin en el curso de la “perestroika”, hubo un debate internacional sobre su “rehabilitación”, y volvió a ser noticia cuando significada en el cincuenta aniversario de su asesinato aunque en esa coyuntura el protagonismo –no hay más que ver el documental Asaltar los cielos- pasó hacia su asesino, Ramón Mercader, símbolo del comunismo que quiso cambiar el mundo de base y acabó asesinando precisamente a Trotsky.

El hecho fue que, aunque sea mal, se siguió hablando de Trotsky y el trotskismo. De Ken Loach o Alain Krivine, y la bibliografía pasó por Internet, y se volvió a reeditar. La descomposición del estalinismo daba lugar a una nueva percepción, y la “cuestión Trotsky” regresó por diversas temáticas, sin ir más lejos por la que nos llegaba al asunto de la “memoria histórica” dentro de la cual, aparecían dos Repúblicas, la liberal-reformista, y la revolucionaria. En esta sobresalía la CNT, pero también el POUM, y con éste “lo de Trotsky”, un punto que ya no ocupaba el lugar de uno o unos pocos asteriscos sino que adquiría una importancia central, y no es otra cosa lo que se desprende por ejemplo de la intervención de Jorge Semprún en un Congreso de historia sobre la República y la guerra con presencia de renombrados historiadores y de algún que otro ministros del gobierno de Zapatero. Semprún escogía dicha “cuestión” como punto central de su discurso aunque esta vez era para decir casi lo contrario de lo que había llagado a defender en los años sesenta, o sea que en lo referente a la guerra de España, Stalin fue quien tuvo la razón…al parecer, solamente una historiadora británica rechazó sus opiniones.

Todo esto confirmaba lo de la persistencia, y por lo tanto la reanudación de una debate sobre el que como podrán comprobar los lectores al final del libro, existe una considerable bibliografía, un terreno en la que el autor de este trabajo ha entrado prolijamente en toda clase de artículos en revistas de papel y virtuales, y sobre el que ha tratado de hacer sus propias aportaciones en diversos ensayos, uno sobre Trotsky, otro sobre los poumistas y finalmente, otro sobre George Orwell. En ellos ya ha tratado buena parte de las cuestiones que ocupan este libro, escrito tanto sobre la bases de las referencias bibliográficas como desde la experiencia como divulgador y polemista. Se podría decir pare despejar cualquier equívoco que se trata del empeño de un abogado de Trotsky que, no obstante, ya no percibe al personaje desde aquel “complejo de Cordelia” (la hija fiel del rey Lear), sino más bien de alguien que cree justa la apreciación del admirado Don Ramón Mª del Valle-Inclán según la cual no había que mirar a los clásicos de rodillas sino de cara a cara.

Supongo que cada generación tiene que hacer su propia experiencia con los clásicos, y en el caso de Trotsky, libros como los citados aparecen como lo más cercano a las que ahora comienzan a entrar en la pasión militante. Unas nuevas generaciones que arrastran obstáculos y atraso de tantas derrotas, pero que cuentan con más medios que nunca para acceder a la “gran cultura” revolucionaria, y poseen más formación de base. Es lo que explica el increíble éxito de los Campamentos de Verano de la Internacional, y el hecho de que unos muchachos y unas muchachas de poco más de veinte años puedan debatir con antiguos cuadros instalados, y en algunos casos, escribir un montón de libros sobre temas totalmente innovadores.

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