lunes, 29 de junio de 2009

El año inexistente


Por Rafael Sanmartín

1640 ha sido calificado como el "annus horribilis" de la Casa de Austria en la Península. Es el año en que Portugal se desligó de la dinastía austríaca para pasarse a la Avís, y de la revuelta catalana, también separada temporalmente, entregada al centralismo francés.

En ambos casos se ha hablado de "independencia", término absolutamente inaplicable, pues ni Cataluña, ni Portugal, ni tampoco Castilla, "pertenecían" a España. En aquel momento los reyes reinaban en varios reinos, cada uno con sus Cortes y sus prerrogativas, que debían ser juradas por cada monarca. Portugal, por lo tanto, no se "emancipó" ni se "independizó", sino que cambió un rey extranjero por otro indígena.

Tanto el Corpus de sangre como el 1 de diciembre de 1640, han dado para muchas páginas. Sin embargo el año siguiente pasa prácticamente inadvertido, todo lo más con un par de líneas en algún libro de historia debidamente extenso. El año 1641 es el del intento secesionista andaluz. Esta vez no se trataba de cambiar un rey por otro, sino de de imponerse a sí mismos unas leyes y unas Cortes propias y de obtener una independencia real de la potencia conquistadora, doscientos años antes.

En el Archivo de la Casa Ducal de Medina Sidonia, se guardan cartas cruzadas entre el Duque y el de Olivares, suficientes para documentar lo que aquí se cuenta.

Olivares fue una rama menor de la entonces influyente Casa de Medina Sidonia. El primer Conde recibió esa heredad y posteriormente el Señorío de Sanlúcar la Mayor. Sus dominios habían ido siendo ensanchados con otros señoríos y condados como el de Montoro, hasta el punto de que el tercer conde, nieto del creador de la estirpe, decidió añadir el de ducal a sus títulos. Sin embargo dicho título nunca fue ratificado, por lo que él se cuidó mucho de aparecer siempre como "Conde-Duque", pese a la posición que llegó a alcanzar: conseguir el favor del rey Felipe IV.

Ya primer Ministro, comenzó a trabajar por la "unificación" de todos los reinos de la monarquía austracista. Aconsejó al Rey que los convirtiera a las leyes de Castilla, "para mejor gobierno dellos, en la uniformidad".

Su obsesión centralizadora y la revuelta catalana le costaron el puesto: el 17 de marzo de 1643, fue destituido.

Ya antes de 1640, el de Medina Sidonia le dirigió varias cartas, alertándole de la situación en que encontraba Andalucía "muy propicia para un levantamiento pues la gente pasa hambre en las calles", a las que, como un gobernante actual, Olivares ni siquiera se dignó responder.

El 1 de diciembre se materializaba la separación de Portugal de la "monarquía católica"; entonces Olivares encargó a su lejano familiar la formación de un ejército para someterla de nuevo a la Casa de Austria. Fue el hecho que Medina Sidonia aprovechó para levantarse y utilizar dicho ejército en formación contra el centralismo castellano, con ayuda del Marqués de Ayamonte. Esperaba recibir ayuda, también, del nuevo rey de Portugal, cuñado suyo, de Cataluña y de los Señoríos vascos.

Su plan consistía en coordinar un levantamiento conjunto, que minara la fuerza del todavía potente ejército castellano. Portugal le negó la ayuda solicitada y Cataluña ya había acordado su integración en Francia, por lo que no se consideró precisada ni se comprometió en ayudar a los independentistas. Sólo le quedaba Vasconia y con ese fin viajó a Bilbao. Sin embargo los vascos se negaron a participar; todavía se consideraban los mejores vasallos de su Señor natural, el rey castellano.

Casualmente -o no- en el camino de vuelta, Medina Sidonia fue apresado muy cerca de Madrid. Se le juzgó por traidor y no llegó a ser ajusticiado por "clemencia" del propio rey. El Marqués de Ayamonte murió decapitado y sus posesiones fueron confiscadas por la corona.

El ejército andaluz, todavía en formación, fue fácilmente destruido por las tropas castellanas, enviadas por Olivares, aunque la Duquesa resistió durante más de tres meses, sitiada en Sanlúcar de Barrameda.

En aquel intento independentista, aunque estuviera encabezado por dos miembros de la nobleza, se planeó constituir una República, rememoración de los ancestros andaluces, como habían sido la mayor parte de las ciudades-estado griegas y probablemente las tartesias.

En él se utilizó, también, la bandera verde y blanca, la misma que había paseado el caballero Tahir al Hor; la que ondeó en la Giralda en 1195, con motivo de la victoria de Alarcos contra los reinos del norte peninsular y europeos, la que simbolizaba la unión de la llamada a la oración y al parlamento.

Sin embargo, hecho tan trascendente sólo ocupa un par de líneas en algunos tratados de historia muy especializados. Y, cuando se habla de él, es para tildarlo de "intento de la nobleza sin base popular".

La "base popular" llevaba doscientos años de esclavitud en algunas zonas y casi quinientos en otras, tiempo durante el cual había sufrido persecuciones, masacres y deportaciones. Su principal necesidad, la más perentoria de cualquier criatura en cualquier lugar del mundo, la subsistencia, estaba plenamente conculcada.

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