Por GERVASIO SÁNCHEZ
La desaparición forzosa es el tema de mi vida. Buscaba familiares de desaparecidos cuando visité por primera vez Guatemala en octubre de 1984. Mi primer gran reportaje de noviembre de 1986 en Chile fue sobre los desaparecidos. La primera vez que viajé a Perú en octubre de 1988 dediqué todo mi esfuerzo a este tema.
En las últimas dos décadas he centrado muchos de mis viajes en este drama imperecedero. He publicado crónicas, análisis, reportajes, libros. Para enero de 2011 estoy preparando una gran exposición para el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León sobre la desaparición forzosa.
Pero mi experiencia no me ha servido en mi propio país. "¿Sabes dónde te estás metiendo?". La pregunta me cogió de sorpresa hace un par de meses. Me la hizo el presidente de una de las múltiples asociaciones de la Memoria Histórica. Le dije que llevaba un cuarto de siglo trabajando este drama en países con regímenes dictatoriales. Como si la veteranía fuese un grado, que dicen los militares. "Aquí todo está politizado y existe una tendencia a instrumentalizar la memoria", me dijo sin paliativos. Como si la memoria fuese una peonza.
En los dos últimos meses me he entrevistado con una docena de personas en Aragón, Navarra, Cataluña, País Vasco, Madrid, León, Andalucía. Me han informado de que un alcalde socialista se ha opuesto frontalmente durante meses a que se abriese una fosa (repleta de socialistas) por miedo a perder los votos de los conciudadanos de la derecha que votan a su favor.
Me han contado que otro alcalde conservador ha permitido la exhumación de los restos porque quiere ampliar el cementerio. Me he enterado de que la Junta de Andalucía se niega a financiar las exhumaciones y que ha cambiado tantas veces de responsables que es imposible dar continuidad a los mínimos acuerdos que se consiguen.
He sabido que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, era en 1998 mucho menos sensible al drama de los desaparecidos, cuando era secretario provincial de su partido en León. Perdón, que el año pasado, cuando apostó por una Ley de Memoria Histórica vacía. Porque durante este año su entusiasmo ha descendido vertiginosamente.
Me he convencido de que es más fácil publicar reportajes sobre exhumaciones ocurridas a miles de kilómetros que sobre las que se producen en mi país a pocos kilómetros de donde vivo.
He visto centenares de cajas con restos humanos sin identificar apiladas en dependencias universitarias por falta de presupuesto y personal. He fotografiado una exhumación en La Puebla de Cazalla (Sevilla) que se paraliza cada vez que finaliza la subvención.
En Guatemala se desentierran a los asesinados de hace 25 años. En Irak a los fusilados de hace 18. Cada año se entregan centenares de nuevos identificados a sus familias y se sigue buscando a las víctimas de hace 15 años en Bosnia.
¿Por qué es tan difícil aclarar un pasado tan remoto en mi país?
Las preguntas que me hago son lógicas: ¿Por qué es tan difícil aclarar un pasado tan remoto en mi país? ¿Por qué en otros países las mismas generaciones implicadas en una guerra intentan ordenar el caos, mientras que aquí escurrimos el bulto con la intención de que sean nuestros hijos y nietos los que se encarguen de los desastres de una guerra que no hicieron? ¿Cómo denominamos a un Estado que incumple durante más de 70 años (de ellos, 30 en democracia, no lo olvidemos) el derecho internacional, que obliga a buscar a todos los desaparecidos, encontrarlos y entregarlos a sus familiares? ¿Por qué son más valientes los guatemaltecos, los iraquíes, los bosnios que los españoles?
Sus guerras fueron tan brutales como la nuestra. Sus transiciones tan complejas como la nuestra. Sus políticos tan viciados por el olvido y la comodidad como los nuestros. Pero ellos han avanzado y nosotros seguimos empantanados. Y lo más grave: nos permitimos utilizar la memoria como arma arrojadiza.
No sé si tendría que haberse hecho en plena transición. Pongamos que no era el momento. Busquemos, entonces, la mejor fecha en los 30 años siguientes. 1982, 1986, 1990, 1994, 1999. Hace 27, 23, 19, 15 ó 10 años. Si somos miedosos, nos decantaremos por los últimos años. Si somos algo más valientes, por los intermedios. Si somos héroes, por los primeros.
Elegida la mejor fecha, los grupos políticos tenían que haber negociado una salida constructiva al drama, haber establecido un protocolo de acción coherente con un Estado de Derecho, haberlo preñado con todas las prerrogativas posibles y con el máximo presupuesto, llamarlo de una manera aceptable para la mayoría y haberlo articulado como una ley modélica.
Y hoy estaríamos más cerca del final del túnel y no a años luz.
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