martes, 23 de junio de 2009

El Rocío, un maltrato animal piadoso

¿Qué por qué añado tan macabras oraciones para calificar una escenificación popular y multitudinaria de reverencia a la Virgen?

Julio Ortega Fraile

En la Página Web de El Rocío se trata de explicar en qué consiste esta festividad religiosa, paradigma de la hiperdulía de este Pueblo y para ello emplean varias expresiones, he aquí alguna: “El Rocío es la luz, la armonía, la belleza, es el amor”. No voy a ser yo en mi ateísmo quien ponga en duda tales afirmaciones transmutadas en axiomas para el fervor ajeno, pero sí tengo que apuntar que se olvidaron de un par de ellas para realizar una descripción completa y fidedigna de la realidad de tan famosa Romería: “El Rocío es maltrato animal, El Rocío es muerte para algunas criaturas”.

¿Qué por qué añado tan macabras oraciones para calificar una escenificación popular y multitudinaria de reverencia a la Virgen?, pues porque en la Edición de 2009 de esta “peregrinación a la Blanca Paloma”, 23 caballos se han dejado la vida en nombre de una fe que ni ellos ni yo compartimos, pero al menos a mí no me ha supuesto la muerte; ellos, no pudieron elegir.

¿Casualidad?, ¿fatalidad?, no, nada de eso ha sido la causa, esta muerte masiva tiene otra explicación: brutalidad, alimentación e hidratación inadecuadas y agotamiento. ¿Los responsables?, unos cuantos romeros devotos que en su afán por rescatar a la Virgen y cubrirla de pétalos de rosas como muestra de cariño y piedad, consideran que la vida de un caballo es un precio muy bajo a cambio de las indulgencias obtenidas por ser tan “buenos hijos de dios”.

El año pasado fueron 25 los animales que pagaron con su muerte la salvación de su amo. Bueno, lo de “amo” es un decir, parece ser que muchos de estos vehementes jinetes los alquilan, tal vez previendo las mismas contingencias que si de un vehículo se tratase y por ello, optan por obtener un “transporte” con kilometraje ilimitado y servicio de retirada en caso de siniestro. No es por lo tanto un hecho puntual, sino tan presente cada año como el Santo Rosario o el Salto a la Reja y lo que es peor, asumido y aceptado.

No voy a caer en la tentación de culpar a la Iglesia por estos hechos, pero sí de responsabilizarla solidariamente y es que en este caso tiene mucho de que avergonzarse, pues en un acto tan célebre que constituye una manifestación notable de su poder ante un pensamiento cada vez más iconoclasta y racional que hace peligrar sus numerosas prerrogativas, su actitud es la de “callar y otorgar”. Callar ante la crueldad conocida y extrema con seres vivos, y otorgar porque su silencio, propicia solución de continuidad a las fatales consecuencias que para unas criaturas inocentes, tiene la exaltación religiosa de unos cuantos cafres egoístas.

Tampoco me llama la atención el desprecio mostrado por la jerarquía católica hacia la muerte absurda de estos caballos, no olvidemos que en su seno el estigma del maltrato a los animales ha sido una constante en el tiempo, tal vez no en autoría pero sí en connivencia, y valga como ejemplo de ello cuando las monjas fabricaban los dardos que sirven para torturar al Toro de Coria, o la bendición eclesiástica para las plazas de toros y para el verdugo que martirizará y asesinará al animal en el ruedo. Que el camino a El Rocío quede sembrado de cadáveres no parece afectar a la Iglesia, otra cosa hubiera sido, supongo yo, que en vez de despojos mortales desparramados por los senderos se tratase de preservativos, ahí sí que oiríamos las voces de la curia repudiando y condenando.

Los caballos caen reventados después de tener que desplazarse sin descanso, recibiendo una alimentación insuficiente y permaneciendo amarrados al sol, además de por los numerosos episodios de maltrato físico directo. La Junta de Andalucía, como suele ocurrir en estos casos con la Administración, se cura en salud alegando que realizaron inspecciones y que repartieron 3.000 folletos explicando cómo se debía de tratar a los animales. Es lo de siempre, nada de preguntarse qué han hecho mal para evitar que una sangría semejante se repita año tras año, sino justificarse y escurrir el bulto, mejor dicho 23 bultos, porque para ellos, los políticos, esos caballos muertos no son más que eso, trozos de carne que hay que retirar del camino, que queda muy feo tropezarse con un animal muerto en medio de tan mediática y lucrativa Romería.

Fanatismo religioso, caballos que sucumben apaleados o extenuados, indiferencia desde las instancias oficiales frente a las muertes continuas de animales y su apoyo económico para actividades que las generan. A menudo, al entrar en el cine, pienso que antes de la película me voy a encontrar con el NODO, porque a juzgar por este panorama, en cuestión de respeto a los animales, seguimos sumidos en aquella España siniestra en la que El Dictador entraba en la Iglesia bajo palio y en la que los seres irracionales, no eran más que bestias sin el menor derecho, cuyo sufrimiento o muerte no tenían la menor importancia. En eso y en algunos aspectos más.

Transcribo para terminar un fragmento de una de las frases con las que la Hermandad del Rocío intenta ilustrar sobre el significado de esta fiesta religiosa: “El Rocío es... unos bueyes, mansos y pacíficos, que desbordan de alegría llevando a Vuestra Madre, al paso que algún otro muere de pena porque un día lo condenaron a no llevar ya más al Simpecado del Rocío”. ¿Qué les parece?, son estos romeros tan conocedores del “alma” de los animales, que sabiendo que algunos perecen de tristeza por no poder participar en futuros peregrinajes para tocar a la Virgen, deciden en un acto de piedad “matar” a unos cuantos cada año, no vaya a ser que se suiciden cuando se enteren de que el siguiente sábado víspera de Pentecostés, no van a tener la mística oportunidad de trotar hasta reventar y de abrasarse bajo el sol, sin apenas comer ni beber y recibiendo golpes a manos de los místicos peregrinos. ¡Y a todo esto la Virgen callada!

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