domingo, 28 de marzo de 2010

Nuremberg, pero al revés

Cuando los juicios contra las principales figuras del nazismo se llevó a cabo en Nuremberg, la prensa franquista pidió que fueran extendidos a las autoridades republicanas del exilio

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Ya inmerso en una rectificación que le llevaba de la amistad con el eje a cultivar la del “amigo americano”, el franquismo no estuvo entre las voces que se cuestionaron a legitimidad del Tribunal que –conviene recordarlo- estuvo en entredicho desde el primer momento, sobre todo porque no existían precedentes similares en toda la historia del enjuiciamiento universal, y eso por más que habían tenido lugar ya varios genocidios antes de la II Guerra Mundial. Con las leyes de Nuremberg se podría haber enjuiciado el genocidio armenio, muchas de las acciones militares de la “Gran Guerra”, y por supuesto, las matanzas indiscriminadas en la retaguardia en la guerra española iniciada cuando el sector más cafre del ejército –el que ya había probado todo lo que era capaz de hacer en la guerra de Marruecos-, dio un golpe de estado para ocupar el país y limpiarlo del menor vestigio de democracia social.

Pero Nuremberg pasó, y por supuesto, a ningún tribunal se le ocurrió juzgar a las autoridades republicanas españolas, pero nadie tampoco levantó un dedo para hacerlo contra los vencedores. Es más, en la guerra de la propaganda que todavía coleteaba, todavía subsistía con peso las acusaciones contra los rojos. En este terreno, el papel de los conservadores británicos y de la derecha norteamericana fue determinante. Así, mientras que en los años cuarenta (1943) Hollywood efectuaba una adaptación todavía prorepublicana de la obra de Ernest Hemingway Por quien doblan las campanas que, aunque realizada por un cineasta reaccionario como Sam Wood (luego destacado inquisidor con MacCarthy), estuvo más preocupada por neutralizar la mala imagen que Hemingway daba de André Marty, entonces estalinista arquetipo, en los cincuenta (1952), otra adaptación de hollywood de Hemingway (y mucho mejor como película), Las nieves del Kilimanjaro, subrayaba una imagen de los republicanos que parecía extraída de una película española.

Con la victoria revalidada con el ingreso en el “mundo libre”, los grados de impunidad del franquismo ganaron otra batalla. Su prepotencia era tal que la primera necesidad por parte de las víctimas fue la de superar en lo posible tantos “traumas”. De ahí que la exigencia más razonable parecía ser la de la “reconciliación nacional”, justificada por varios motivos. Primero porque le oponías a los verdugos la rama de olivo, segundo porque ayudaba a los perdedores a pasar página ya que el franquismo no olvidaba, y perseguía también a los herederos de los republicanos, pro ejemplo amargándole duramente el servicio militar. Luego, porque se había una posibilidad de reimposición de la resistencia, esta vendría en no poca medida de los hijos de los vencedores que no tenían la perspectiva y la información para hacerse una idea de lo que había ocurrido. Anotemos que no fue hasta mitad de los años sesenta que empezaron a circular obras de historia y novelas que dieran una versión republicana, y esta aparición sería hasta la segunda mitad de los setenta, ilegal, clandestina, como los libros de Ruedo Ibérico.

El antifranquismo más activo fue haciéndose con otra línea, la que ponía el énfasis en la disolución de los cuerpos represivos, y también en la depuración de responsabilidades, tema centrado sobre todo en los responsables de la represión. Una muestra de que la historia estaba comenzando a cambiar nos la daban los propios policía corruptos que después de hacer su faena, decían a los presos que ellos eran profesionales y que4 trabajarían por igual en otro régimen. Los que entonces se reían de la ocurrencia, no sospechaban cuanta razón tenían los cabrones. Así fue, y recuerdo muy bien que en un Interviú le preguntaron en un Interviú a la flamante Pilar Bravo (la mano derecha de Carrillo por mucho tiempo), sobre un famoso torturador sobre el que empezaron a llover denuncias, ella respondió que la democracia nos había igualado a todos.

En realidad, tampoco era así.

El franquismo, debidamente “homologado” con sus congéneres europeos que ya tenían una larga tradición de reciclaje en Alemania, Austria, Italia e incluso en Francia –donde la resistencia tampoco impuso ninguna “ruptura” con el viejo orden-, no solamente se volvió a amnistiar a sí mismo. Es que entre por la democracia para llevarla a su terreno, al terreno de la reforma liderada or el rey y por Suárez. De sta manera, y con la ayuda inestimable ayuda de “fracasado” golpe de estado del 24-F, les cuentas salían en este orden: tenemos democracia gracias al rey y no a las luchas desde abajo; esta democracia no habría sido posible sin el trabajo de reforma de los antiguos franquistas; pensar en otra solución habría resultado una locura. Quien mejor expresó esta ecuación fue un líder del PSOE vasco cuando declaró que la izquierda acababa en el PSOE, y que lo que venia más allá era cosa de la Guardia Civil. La obra maestra de este montaje fue que, finalmente, las clases dominantes, los empresarios que hasta entonces no habían hecho ascos a la dictadura, volvió a ser la clase dominante, pero ahora en nombre de la libertad y de la gobernabilidad.

Desde abajo se pensó que con Europa y con la izquierda en el poder, las libertades y las conquistas sociales logradas seguirían siendo efectivas aunque fuese de una manera menos convulsiva…Sin embargo, no ha sido así. La ofensiva empresarial está atentando contra todas las conquistas sociales, ahora los nuevos trabajadores tienen que trabajar más para ganar menos, y empleos cada vez más precarios. Pro es más, los famosos “pilares” del “Estado benefactor”: la enseñanza, la sanidad, y la justicia. La misma justicia que puede destrozar la vida de un vulgar ladronzuelo, trata al ínclito Millet con alfombra. Sabe que Millet representa el éxito social, la buena sociedad catalana, la prensa “independiente”.

Es en ese cuadro donde se sitúa la ofensiva judicial contra la “memoria histórica”, el “caso Garzón”, o sea un representante de la justicia que, al margen de otras actividades más dudosas, procesó, llevó a la cárcel o causó graves problemas a políticos criminales o torturadores de América Latina. Conviene recordar que cuando en América Latina se empezó a plantear castigar a los verdugos, algunos de los prohombre4s de la Transición como Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga o Roca Junyet, lo desaconsejaron en declaraciones públicas.

Quién pensó que porque se habían conquistado unas libertades “europeas” se había derrotado al franquismo sociológico, se equivocaba. No hay más que ver a la ministra Chacón clamar “!Viva el rey?, ante las tropas “pacifistas” en Afganistán, cuando el dignatario de cualquier otra país habría gritado Viva Francia o Viva Mónaco.

No hay comentarios: