jueves, 22 de febrero de 2007

Gana el nacionalismo español


Gana el nacionalismo español;


un artículo de Antón CorpasinSurGente.-


La teoría de la abstención optimista oculta justo lo más obvio y evidente. Lo que hay detrás de la indiferencia es, en primer orden, el fracaso total del estatuto de 1981 y de las instituciones andaluzas a la hora de resolver los problemas de dependencia y subdesarrollo comparativo de Andalucía. La altísima abstención —un 63,7% del censo electoral— en el referéndum para el nuevo Estatuto de Autonomía andaluz, ha impuesto de buena mañana, la serie de comparaciones y tópicos pertinentes que eran de esperar en este caso. La relación entre apoliticismo y abstención y, relativo a esto mismo, la comparación y el contraste entre Andalucía y Catalunya según los índices de participación en sendas consultas estatutarias. Eso por un lado. Por el otro, la previsible resucitación antropológica y racista del andaluz perezoso y bienestante.
Hay que decir como una cuestión de orden, que participación electoral y politización no son medidas necesariamente compatibles ni mutuamente proporcionales, aunque bien es cierto que el nivel preocupación política de la vida social andaluza se encuentra, no en el 36% sino bajo cero. En cualquier caso, este es precisamente un tema en que el hábito no hace al monje, y de una encuesta entre votantes habituales no íbamos a extraer precisamente una mina de inquietudes, posicionamientos, reflexiones o militancias políticas y sociales.
A un nivel mas concreto, un economista andaluz, Manuel Ángel Martín, por boca de un catalán especialista en periodismo cañí, Enric Juliana, resume así el estereotipo surgido de los paupérrimos números del referéndum: «la satisfacción impide hoy a la sociedad andaluza acumular las tensiones internas necesarias para moverse y romper esquemas. Es muy posible que este mecanismo paralizador sea una de las razones de fondo de la masiva abstención» («La paradoja de la satisfacción» La Vanguardia 19/02/2007). Parece insinuar Martín que ya haría falta que nos dieran un poco de caña y palo para ponernos a emprender y a prosperar. En el mismo artículo, concluye por si mismo Enric Juliana el segundo eje del discurso generalizado en torno a la abstención andaluza: «El 48% de participación en el referéndum catalán de junio puede hoy parecer bueno, sin serlo».
No es casualidad que Manuel Ángel Martín, antiguo alto cargo de la Junta de Andalucía y actual miembro del Consejo Económico y Social (CES) por designación directa de Manuel Chaves, por necesidad curricular, biográfica y alimenticia, hable de satisfacción paradójica. El discurso de la «Andalucía imparable» que se refiere al andaluz desarrollado, moderno y satisfecho de prosperar, en la versión de este catedrático de economía no es otra cosa que la imagen tuneada del jornalero pasivo y grasioso sentado al sol y dándole a las horas el hola y el adiós.
La teoría de la abstención optimista oculta justo lo más obvio y evidente. Lo que hay detrás de la indiferencia es, en primer orden, el fracaso total del estatuto de 1981 y de las instituciones andaluzas a la hora de resolver los problemas de dependencia y subdesarrollo comparativo de Andalucía. Los últimos veintiséis años no han variado de manera perceptible la posición económica, política, cultural o sociológica andaluza en el marco estatal y europeo. El desarrollismo de los '80 y alrededor del '92, la política de PER y subsidio en el campo andaluz junto con la sumisión a la Política Agraria Comunitaria, la agricultura hiperindustrial en zonas como Almería o Huelva, o la explotación turística y urbanística de la costa andaluza, han producido y reproducido una clase media urbana, un medio rural clientelar y también una casta de nuevos ricos rurales y de costa, que con su complejidad y diferencias conforman una base social adicta al régimen. Pero bajo lo que a primera vista es una imagen de prosperidad no han variado ni las desigualdades sociales que afectan a la mayoría de la población andaluza ni las claves de la relación centro periferia. Así, lo que puede leerse entrelíneas de la abstención no es, evidentemente, un sano escepticismo, pero tampoco un silencio feliz, sino una enmienda pasiva a la totalidad del proceso estatutario. Una actitud que procede, entre otros condicionantes, de la total descomposición de lo que hace 30 años —del 77 al 81— fue la evolución y el crecimiento de la conciencia social y nacional andaluza, y que a día de hoy se ha convertido en un absoluto entreguismo colectivo a las decisiones que se tomen en Madrid y Bruselas, sin ninguna confianza en que la Junta de Andalucía sirva de contrapeso alguno a ambos centros de decisión, ni que sea capaz de fomentar cambios estructurales en materia social, laboral o económica. El entreguismo andaluz es, de alguna manera, el reflejo inverso de la actual resignación catalana empezando por que, formalmente, el resultado sobre el papel es aproximadamente el mismo en ambos estatutos. Mientras en Andalucía se vota con un «si, bueno...», el Tribunal Constitucional está a punto de lapidar lo poco que quedó del Estatut original y el Govern d'Entesa se mantiene tieso y parado como una esfinge mientras la sociedad catalana no dice ni mú.Tanto el entreguismo como la resignación no reflejan otra cosa que la solidez de la hegemonía política del nacionalismo español. Será mas fácil superar la resignación que doblegar el entreguismo pero, sea como sea, de ambos caminos y resultados ha salido fortalecido el centralismo político y el modelo de estado de hace treinta años en cualquiera de sus versiones.

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