lunes, 30 de julio de 2007

La Alameda como campo de batalla

30.07.07
La Alameda como campo de batalla

La Haine - Sevilla

En contra de lo que a priori pudiese parecer ha habido y hay muchas Alamedas en Sevilla, la Alameda del flamenco, la Alameda del paseo de los señorítos, la Alameda de las prostitutas y las peleas, la Alameda de los punkis, la Alameda de los bares de diseño

De la alameda guapa a la alameda para la gente guapa.

En contra de lo que a priori pudiese parecer ha habido y hay muchas Alamedas en Sevilla, la Alameda del flamenco, la Alameda del paseo de los señorítos, la Alameda de las prostitutas y las peleas, la Alameda de los punkis, la Alameda de los bares de diseño. Un barrio, una zona, como una persona, sufre su propio proceso vital, nace en algún tiempo remoto, alcanza su cenit y muere para renacer con una forma distinta. Un barrio, una zona, es también un campo de batalla, un tablero sobre el que juegan intereses y agentes sociales, algunos con intereses coincidentes y otros con intereses enfrentados.

Para encontrar el cenit de la Alameda guapa, de la Alameda flamenca, tendríamos que remontarnos a la primera mitad del siglo XX y más allá. En este medio siglo se hace realidad la idea, a veces evocada, de la Alameda rodeada de barrios obreros, de corrales de vecinos abarrotados y de viejas fabricas salpicadas. La cuna del flamenco, paseo del señorito, del truhán y del obrero.

Ya en los años cincuenta empezamos a entrar en la Alameda crepuscular, de las viviendas degradadas, del vacío demográfico, de la ruina, de la prostitución, del menudeo, de la marginalidad. Una Alameda que tuvo su tiempo, un tiempo que pasó. Sería apresurado atribuir una intencionalidad al abandono de la Alameda, aunque este abandono es un hecho. El capital privado se dedicó a invertir sus recursos en zonas más interesantes para la burguesía, el capital publico hizo lo propio creando barriadas de polígonos a las que fueron desplazándose las clases trabajadoras.

Sin embargo, conforme se acercaba el siglo XXI, cada vez era más inadmisible la existencia de unos barrios de estas características en la metrópolis sur por excelencia. Al mismo tiempo cada vez era más evidente la oportunidad económica que supondría su redesarrollo. En el proceso de rehabilitación de la Alameda y su entorno comparten protagonismo agentes públicos y privados. La reestructuración de la ciudad a partir del 92 ofrece la oportunidad y sienta las bases de la nueva centralidad de la Alameda. El sector público centra la atención en la zona y crea condiciones propicias para el capital privado a través de obras de rehabilitación del espacio público (Plan Urban, redesarrollo de la propia Alameda, etc.).

En el sector privado, se compra, se vende, se especula, se derriba y se levanta. El parcelario del entorno sufre un cambio brutal. Viejos edificios históricos semiderruidos, nidos de podredumbre y marginalidad, se transforman en flamantes obras postmodernas o en vulgares imitaciones de la arquitectura popular, eso sí, con muchos más metros cuadrados por vivienda, con aire acondicionado y con garaje. Las tascas y tiendas de barrio son sustituidas poco a poco por nuevos locales en los que prima el diseño, al estilo de Barcelona (¿Ciudad Condal?¿Republica?). La policía aumenta su presencia proporcionando la necesaria sensación de seguridad. Todo para la creación de un producto dirigido un consumidor que poco a poco se va dejando ver en la zona. El vecino cambia, y cambia también el paseante, la viejecita del corral de vecinos es sustituida por el profesional de clase media-alta con su residencia unifamiliar, la prostituta es sustituida por el guiri, a algunos se les permite quedarse como figurantes.

El entorno de la Alameda se transforma así de una lacra a una oportunidad económica, de un lugar marginal a un espacio integrado en el circuito turístico y comercial de la ciudad, de un foco de marginalidad a un lugar seguro y tranquilo.

Del centro a la periferia y más allá

Hablábamos al principio de intereses enfrentados en la ciudad, y un proceso de estas características no puede dejar contento a todo el mundo. A veces olvidamos que un lugar ya existía antes de que lo conociésemos, y que en una casa existían inquilinos antes de que allí nos mudáramos. En la Alameda habitaban y habitan, paseaban y pasean sectores sociales que simplemente no entran en el proyecto de la Alameda, no son fácilmente comercializables y no encajan en la campaña de marketing.

Desde el 92 hasta hoy día, durante el periodo álgido del proceso de transformación, habitaban y habitan el barrio resquicios de una vieja clase obrera, envejecida y con pensiones nimias, buscavidas de la economía sumergida, marginados, etc., que se aferran a las rentas antiguas y a los lugares vivos que todavía no han sido erradicados del barrio (como el jueves de la Calle Feria). En los intersquicios del proceso se les fueron sumando otros. En los edificios en los que el propietario todavía no se había decidido a rehabilitar o a vender, en las viviendas vacías, en los corrales de artesanos todavía no recalificados, se fueron colando jóvenes artesanos, lumpen, estudiantes, trabajadores en precario, que tienen su papel en el proceso. Hasta no hace mucho las noches seguían siendo un lugar de convivencia del buscavidas, el joven del botellón, la prostituta y el bohemio.

La expulsión de estos grupos que, para decirlo claramente, sobran, se desarrolla también en los dos principales ámbitos del espacio urbano, el público y el privado. En el privado es una simple cuestión de mercado, desde el momento en el que existe una demanda potencial de viviendas de lujo en la zona, se convierte en un sinsentido conservar durante mucho tiempo más el patio o la casa de vecinos. El que puede pagar más por su techo elige, y elige la Alameda, el que posee el suelo se deshace del viejo edificio y del viejo inquilino como el que suelta un lastre. Llegan las declaraciones de ruina y los desahucios inminentes, el mobbing, los propietarios que se niegan a cobrar la renta a sus viejos inquilinos, las obras que no sirven para rehabilitar si no para dañar vigas y muros de carga, como un Fahrenheit 451 contemporáneo.

Mientras el espacio privado se gana parcela a parcela, aún queda el problema del espacio publico. La arquitectura de muchas de las nuevas residencias de lujo refleja esta preocupación, con un estilo arquitectónico más próximo al bunker que a la arquitectura tradicional. De esta forma se eliminan los lugares comunes de indeseables como el viejo mercadillo de la Alameda, por decreto y por intervención policial. Se organizan razias policiales constantes para eliminar los focos más duros de marginalidad como Joaquín Costa. Donde antes había un cine de verano se levanta una macrocomisaría y la policía se despliega por las noches como un ejército de ocupación expulsando a los jóvenes de la botellona ante la sonrisa cómplice del nuevo vecino y el nuevo pub de moda.

Y así cada uno pasa a estar donde debe, el pensionista al polígono para el tiempo que le quede, el lumpen al guetto periférico y el joven al botellodromo de algún polígono por determinar.

Convertir una agresión en una pelea.

Sería aventurado decir que en la Alameda se ha desarrollado hasta ahora una lucha social por el espacio, en tanto que lo que ha habido con toda seguridad es una invasión social, con agresores y con victimas, el reto sería que realmente hubiera una lucha. Algunos conflictos, muy localizados pero ampliamente conocidos, apuntan en esta dirección, la exitosa lucha por el Palacio del Pumarejo, el caso de Encarnación 5 y 6, o los conatos de organización de los inquilinos acosados a través de la Liga de Inquilinos la Corriente.

Sin embargo, y aunque las redes y las conexiones existen, sigue pareciendo como que cada grupo o sector hace la lucha por su cuenta, sin existir una visión global. De igual forma que cada inquilino negocia de forma individual las mejores condiciones para su expulsión del barrio, cada conflicto lleva su cruz hasta donde puede. Se hace necesaria una visión común del conflicto, los problemas de artesanos, inquilinos, ocupas y jóvenes tienen todos la misma raíz, un proyecto comercial financiado por inmobiliarias y promovido por el Ayuntamiento para una Alameda céntrica y turística. La lucha fragmentada conseguirá algunas pequeñas victorias y muchas derrotas, pero no conseguirán objetivos mayores. ¿Y cuales deberían ser nuestros objetivos? El proceso no es reversible, lo que ha desaparecido no volverá, sin embargo todavía hay diversidad y resistencia suficiente en el entorno para conseguir que la nueva Alameda que alumbra este siglo no sea diseñada exclusivamente a gusto del Ayuntamiento, de las inmobiliarias y de los turistas. No hay que ceder ni un paso más, hay que transformar el “desalojo cero” de un simple lema a una realidad, hay que plantear resistencias contundentes al proceso y hay que tener una visión territorial del problema, más allá de que seamos inquilinos, ocupas, artesanos o simples paseantes de la Alameda. Que cada desalojo sea una resistencia, y que cada joven que responde con un adoquín a las cargas nocturnas de la policía, sepa que su lucha trasciende su situación individual, que lo que se está luchando es la propia Alameda.

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