miércoles, 13 de junio de 2007

Historias de la Cumbre de la OTAN en Sevilla.


Esta es la historia de un inmigrante marroquí en Sevilla, y tal vez la de muchos más.
(Para Kaos en la Red) [08.02.2007 11:38]

No pretendo hacer ningún descubrimiento, ni denunciar cosas que no se sepan ya. Tan solo dedicar este artículo a algún conocido mío, y muchos otros desconocidos que habrán sido protagonistas, en su película diaria particular, de hechos similares.


Mahmud es un nombre inventado, al estilo de Macondo en Cien años de Soledad. Denomina a cualquiera de los habitantes del continente africano, historicamente explotado por el primer mundo y desgarrado en lo más profundo de su existencia.

Así es como se sienten los nacidos en él cuando un buen día deciden subir a una patera, gastar el dinero ahorrado en meses y años de trabajo, y entregar sus vidas a una red mafiosa que les conducirá al mundo desarrollado. Aquel paraiso de plástico y metal que vende gato por liebre.


Así llegó Mahmud, nuestro imaginario protagonista, a las costas de Andalucía. Tras años de dificultades y luchas por la subsistencia, consiguió un empleo temporal, de esos que denominan aquí "contratos basura" pero que saben a gloria cuando no se tiene nada. Trabaja en un hotel, en el servicio de cocina, y poco a poco se ha ido ganando el aprecio de sus compañeros.

Ha tenido antes que pasar por alto varias humillaciones y pequeños desprecios, sin aparente importancia. Pero todo queda olvidado cuando aquellos que te rodean descubren que detrás del color, la lengua y la religión está una persona que tan solo desea ser feliz y tener una vida digna.


Ayer fue un día más, en la vida de Mahmud, así como en la de todos los inmigrantes que viven en Sevilla. Pero en la calle pasaba algo. Camino del hotel filas enteras de furgones policiales se despliegan. El hotel donde trabaja Mahmud queda cerca del lugar de celebración de la cumbre de la OTAN, y sus anexos están practicamente blindados.

Los cuerpos policiales se turnan, vigilan atentamente a cada individuo que habita en la zona, y piden la documentación a todo aquel que pueda ser sospechoso de algo.
La mañana se le pasa volando, entre platos y bandejas. Cuando llega la tarde el cuerpo le pesa, pero al fin es la hora de volver a casa. Se cambia de ropa a toda prisa, que los autobuses no esperan, y ultimamente andan algo caóticos. Al atravesar la puerta de salida ve a lo lejos su autobús, a punto de partir.

Si se vá tendrá que esperar unos veinte minutos en la parada, y el cielo anuncia lluvia. Así que empieza a correr como si en ello le fuera la vida. De repente un grupo de agentes se le hecha encima, le tiran al suelo, le zarandean y le piden la documentación. Mahmud tiembla de miedo, no entiende qué está pasando, ni qué error ha cometido. Y oye una voz arrogante que le grita: _ ¡qué! ¿te pones nervioso? ¡documentación!_ El trabajador marroquí busca en su chaquetón la documentación, en el tiempo que los agentes le vacían la mochila.

Finalmente entrega sus papeles. Le hacen esperar allí varios minutos, y tras comprobar que "el sujeto" no es peligroso le dejan marchar, no sin antes advertirle que debe tener más cuidado la próxima vez, y no correr, como haría culaquiera, si vas a perder el autobús, porque si ésto mismo hubiera ocurrido hoy, día en que escribo este relato, y en que se reunen los peces más gordos en mi ciudad, aquellos agentes, protectores de la seguridad ciudadana, no hubieran dudado en disparar a Mahmud.

Mahmud se va a la parada, el autobús hace rato que se ha ido, se sienta cabizbajo en el banco a la espera del siguiente, y reflexiona sobre su existencia con el susto metido en el cuerpo. Como veis, esto ha pasado, por desgracia, muchas veces, no hay nada nuevo en la historia, porque la injusticia es la tradición más antigua que conserva nuestro mundo. Sirva de homenaje a todos los que por motivos diversos; religión, color de piel, ideología... se ven obligados a sufrir este tipo de abusos.

¡NO MÁS GUERRAS, NO A LA OTAN!

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